Brindo por FRANCISCO VARGAS!
brindo por
su nostalgia navideña!
brindo por
un icono fiestero
promotor de
disfraces y comparsas
que en
novenas de aguinaldos, cada año
alegraba las
tardes taciturnas de mi pueblo
y hacía reír
con bailes y gracejos
al juez, al
policía, al alcalde y al concejo,
a las
muchachas expectantes o atrevidas,
a los niños
que carentes de circos y de cine,
esperaban la
hora vespertina
ansiosos de
ver Los Matachines.
Y aparecía
con caretas y trapos sobrepuestos
un combo de
diablos y mancarrias,
los payasos
y personajes que mostraban
la
caricatura social de nuestra patria.
Todo el año
pendiente con sus lentes
estaba
Pachito al tanto haciendo sus libretos,
a quien
diera papaya por sus actos o sus gestos
le figuraba
comparsa, y rodeado por la gente
salían los
cuadros de manera irreverente:
ya las
reinas de belleza, deportistas y caudillos,
el
telegrafista y el cartero, el cuchano y el gerente.
Porque Pacho
si supo de aguinaldos.
Desde niño
con su vocación de comediante
aprendió la
tradición de nochebuena
moldear el
barro y con papel hacer caretas.
Llegaban
disfrazados de “madamas”
muchos otros
bufones de vereda,
con sus
cuadros de viejitos borrachines
del quince
al veinticuatro hacíamos la novena.
Ya habían
pasado con sus picardías
en casi
medio siglo, otros bufones:
recuerdo a
Héctor Vargas, Luis Rincón y don Penacho,
don Joselín
y don Trino, personajes impulsores
Neptaly con
su banda musical de Tibacuche
y todo el
grupo de Runtanos alegrones,
Alfonso,
Misael, Rubén, Luis, Arturo y Edilberto
don Ulloa y
su venta de ilusiones,
Marquitos
“Mirlo” infaltable voluntario,
Crispín,
Javier y don Asdrubal,
con sus
cómicas funciones.
Se vestían
matachines de mil formas
hasta los
burros salían con pantalones,
y los
muchachos que metidos en la fiesta
completábamos
la feria de emociones.
Muchas
tardes de aguinaldo hubo corridas
con
Humberto, don Pablo y su tambora,
con Javier y
doña Irene, la silueta femenina
vimos la
figura de un señor de baja talla
salía don Enrique
a torear la vacaloca.
Me reclaman
si no digo en mi reseña
que era
función de las veredas cada día,
los
sacerdotes listaban rosarieras
que salían
con el pesebre y las posadas;
niños
tiernos con túnica y bastones
encarnábamos
a reyes y pastores.
El alcalde
organizaba comitivas
los
centranos esperaban con copas de aguardiente
y, don Pedro,
don Carlos, don Alfredo
y don
Humberto, con el conjunto, a dar la bienvenida.
Era un
aguinaldo de fiesta y alegría
y entre
ruidos y bullicio rezaban los devotos,
nos gustaba
entonar los villancicos
a media
noche la cuna se mecía.
Las mujeres hacendosas
hacían los amasijos
los tamales,
los mutes y la chicha.
Para los vagos,
bailarines y bohemios,
era una
parranda prolongada y sin medida.
Si me
preguntan un disfraz, obra maestra
pa recordar
esas fiestas de diciembre,
hay un
recuerdo inolvidable de locura
cuando
salieron dos aves con cresta y con copete
se enojaron
señoritas y señoras y anunciaron
que nos
daban pellizcos y hasta fuete
porque El
Pacho sinvergüenza y atrevido,
Muy bien, don Pedro Nel, una manera mantener las tradiciones es transmitiendo dichas costumbres a las nuevas generaciones.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias, Rafael.
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